Mantener el impulso 🪁
sin perder el aliento
Una compañera de trabajo tuvo una situación personal y tuve que dar un workshop sola que salió un poco atropellado. Me había quedado trabajando el día anterior hasta las 12 de la noche, me descompuse, no dormí. Me levanté a las 6 de la mañana a escribir, tenía el estómago revuelto y migrañas, me levanté con la luna llena. Vi el amanecer desde mi ventana. Fui en bici al trabajo para despejar, mala decisión. Llegué a la oficina dándome cuenta de que tenía fiebre. Di el taller mirando mi cara en pantalla gigante y mi poca capacidad de disimular mi rotura y los accidentes no planeados de cosas que, cuando facilitas, pueden fallar. Y el ojo crítico de algunos, atentos a levantar rápidamente el error en público, porque sí, la protesta siempre es más fácil que la propuesta. Por suerte, mis capacidades para gestionar el caos me sacaron adelante, mientras recibía mensajes por el chat y por WhatsApp de todo lo que podría haber salido mejor. Llegué tarde a una reunión y pedí disculpas, me miraron mal. Eran a esta altura la 1 de la tarde. Si esto no les suena a pesadilla, ya no sé. Me recordó todo lo que me prometí a mí misma no elegir nunca más, y me vi en un espejo que no me gustó.
Incluso los que parecemos más organizados también tenemos días donde la ola es demasiado grande para surfearla. Y está bien. Hoy abrazo mi obsesión por la perfección, intento calmarla, por que a veces, simplemente, no puedo.
Suelo esforzarme por hacer que las cosas funcionen, sin reparar en el desgaste o las secuelas. En algún momento me convencí de que nada caería si yo estaba en control. Lo que no tomé en cuenta es que no todo debe sostenerse, y tratar de evitarlo puede ser devastador.
A veces las cosas tienen que crujir.
Lo que aprendí de mi
Es octubre, y ya llevo seis meses en DC. A veces me pregunto, ¿en qué momento pasaron esos seis meses? Siento que fue ayer cuando caminaba por las calles nevadas de Södermalm, y ahora estoy en una ciudad completamente diferente. No me di cuenta de cuánto me había cambiado el comportamiento Suecia hasta que estuve lejos. La vida escandinava me volvió más solitaria. Abracé mis hábitos saludables al extremo, cancelando cualquier plan que los interrumpiera, volviéndome casi obsesiva con ellos. Me volví más selectiva y me gustó ese mood.
Seis meses después, todavía siento que no hice todos los planes que "debería" haber hecho al estar en una ciudad nueva. Aprendí que a esto se le llama FOMO. Pero la verdad es que el único plan que realmente me emociona es estar en casa, en un hogar que tuve que construir desde cero. Leer un libro, tomar mate y comer mi panqueque proteico se han convertido en mis momentos dopamina. Me doy cuenta de que toda mi vida estuve esperando este momento: ser una señora que espera tomar el té con amigas cómo alto plan.
Ahora lo sé con certeza. Me he vuelto consciente de la importancia de vivir despacio, sin presiones. No quiero una lista interminable de cosas por hacer en esta gran ciudad.
Descubrí que soy mucho más introvertida de lo que parece y que si bien a veces puedo estar arriba de un escenario, a veces no sé cómo hablar con la gente que quiero y que extraño.
Un regalo del algoritmo
Hace unas semanas, recibí un mensaje inesperado. Una chica había encontrado una charla TEDx que di hace 10 años. Era una conversación en donde hablo de los límites culturales que genera la exclusión, de no poder desear lo que no conoces y de cómo sobrevivir a la hostilidad.
Ese mensaje me mimó el corazón. Fue lindo. Ese día había tenido una conversación difícil que me revolvió el estómago.
Qué loco que el algoritmo le hizo llegar mi mensaje a Ariela 10 años después, y qué lindo que ella me buscó para decirme que le toqué el alma.
❤️
Gracias por haber llegado hasta aquí.
Que mi palabra te encuentre y te abrace (y sonrías).
Roi.


